Logro de objetivos. El síndrome de Leonardo

«Me he pasado bastante más de la mitad de mi vida dirigiendo equipos humanos, equipos reducidos pero complejos, dedicados a algo difícil y siempre nuevo: materializar ideas. ¿En qué?, pueden preguntarse algunos. Pues en algo irrelevante por que hagas lo que hagas, en el mundo de la gestión, ciertas circunstancias son comunes. Lo he comprobado veces, en ocasiones cenando, en otras charlando, incluso trabajando con amigos que se encuentran en mis mismas circunstancias: dirigiendo equipos, personas, profesionales, técnicos, operarios. Personas que pasan su vida plasmando aspiraciones, creando productos, proporcionando servicios, y tirando adelante cantidades ingentes de proyectos que hacen que nuestra civilización sea tal y como es.

Pero muchos de esos ideales se quedan por el camino, hay muchos que se empiezan y menos que se concluyen, mucho que están siempre a medias, pendiente de pocos detalles para su remate definitivo, hay incluso quien empieza todo y nunca termina nada.

Conozco quien, dotado de singulares capacidades,  jamás acaba nada porque siempre se pierde en la preparación de la acción. Para algunos antes de empezar todo debe ser perfecto, y las condiciones de contorno deben permitir el virtuosismo en la ejecución, las herramientas a su servicio deben estar en perfecto orden, perfecto estado y constituir un perfecto abanico de recursos que cubran cualquier circunstancia que pueda aparecer de camino al éxito. Pidiendo tanto es imposible empezar, dándole vueltas al “cómo” uno se pierde olvidando el “porqué”, ignorando u olvidando al fin que había de hacer algo, que tenía un objetivo que no estaba en el proceso porque estaba en el resultado.

Yo, a falta de algo mejor, me he decidido a bautizar esta patología como el síndrome de Leonardo. Claro está que me refiero al extraordinario genio florentino Leonardo da Vinci, ese celeste personaje, ese espíritu de potencia incalculable, ese rastreador de muchos de los grandes constructos humanos que, eso sí, tenía un lado oscuro al que pocas veces nos referimos. Mírese cualquier obra de Leonardo, un óleo, un boceto, un fresco, un croquis, un esquema y obsérvese que estadísticamente es casi imposible que esté terminado. Tras la maravillosa ejecución se esconde casi siempre una obra inacabada, algo, por poco que sea, ha quedado en el tintero, a Leonardo siempre le falta alguna mísera pincelada para la finalización definitiva…

Todos hemos visto este pésimo fenómeno montones de veces: el empleado que no termina el trabajo, que siempre dice que aún está pendiente de no sé qué. Nuestras propias listas de compromisos o de acciones sufren del lastre de aquello que se resiste a ser tachado por qué no se ha materializado. Todos conocemos quien le da mil vueltas a algo, haciendo que pierda presencia, relevancia o que la oportunidad escape. Así era Leonardo, cuatro siglos antes que yo, sabía muy bien que hay asuntos que se disipan dentro de un cajón, abandonados en ese limbo oscuro que es el archivo, la carpeta o el sobre.

No deja de ser sorprendente que tamaño genio tuviera tamaño defecto, pero mirándolo bien es casi comprensible que cayera en las peligrosas aguas de la satisfacción virtual. Leonardo era de esos a los que el reto les gusta más que cualquier otra cosa, un nuevo encargo significaba una nueva motivación, poderosísima para un creativo nato, y claro, lo abandonaba todo para concentrarse en lo desconocido. Poco a poco y mediante unos miles de dibujos, esquemas y planes concretaba, hasta la exquisitez, cada una de las minúsculas partes que cómo un mosaico tapizan cualquier proyecto. Con todo pensado y reflexionado hasta la saciedad, ¿para qué materializarlo?, ¿para qué ensuciarse las manos sufriendo las imperfecciones del mundo real?, ¿Por qué matar la finura que toda obra tiene cuando es solo una idea?, ¿Por qué llevar al vulgar mundo real lo que ya es maravilloso en el mundo virtual?

Luego, claro está, el pragmatismo mundano se imponía, lloviendo sobre el artista multitud de reclamaciones que pocas ganas tenia de satisfacer, perdiéndose en las típicas excusas que todos conocemos tan bien, cumpliéndose el aforismo de que un proyecto ocupa, siempre, todo el tiempo disponible. Leonardo agotaba todos los plazos, terminaba con la paciencia de sus interlocutores, clientes y amigos. El análisis detenido de este fenómeno es una buena manera de profundizar en lo que es una buena gestión de los objetivos. Quizás alguien debería haberle dicho lo que tengo que repetirme tantas veces a mí mismo y a mis alumnos: método, planificación, calendario, plazos, y siempre los objetivos deben ser la autentica guía de la acción. El proceso está subordinado al producto, sea éste un trabajo escolar, un lienzo o un simple informe, debemos convertir todos y cada uno de nuestros pasos en un camino que conduzca directamente a lo que nos hemos o nos han encargado. El éxito está precisamente en el final, en terminar, en cerrar la carpeta y en prepararnos para un ¡nuevo reto!»

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Lunes, julio 4th, 2011 Escritos, Pedagogia

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